“La tensión social al límite” es una de las consecuencias derivadas de lo que el periodista, escritor y politólogo español, Antonio Gutiérrez-Turbí, denomina “La fatiga de la democracia”, nombre que le da título a su más reciente publicación de opinión, análisis y comentarios.
Se trata de una recopilación de artículos, publicados en el período enero 2019-agosto 2021, en la que analiza aspectos del comportamiento social, económico y político de la gente, vinculado en muchos aspectos, a la incidencia del Covid -19 y su secuela de daños y perjuicios en la mayoría de los países del mundo.
Casi siempre medimos las consecuencias de las cosas, solo en el ámbito económico, muy pocas veces procedemos a hacerlo en ese marco social de convivencia pacífica, armoniosa y necesaria para el desarrollo y el fortalecimiento de cualquier proyecto, incluyendo los del espectro institucional.
En el país hemos perdido mucho en lo que va del inicio de la pandemia del Covid 19 a la fecha y se siente, sin dudas, a pesar de los esfuerzos que realizan las autoridades, las de antes y las de ahora, para enfrentar las secuelas provocadas por ese sorpresivo manto de muerte, dolor y luto que sacudió al mundo, sin que todavía haya concluido.
Hay quienes, en medio de la pandemia, llegaron a creer que los que sobreviviéramos nos estaríamos comiendo los unos a los otros. La situación era “de pronósticos reservados”. Y aquí estamos recibiendo el reconocimiento de organismos internacionales que, como el Fondo Monetario Internacional (FMI), siempre comparten sus evaluaciones.
“República Dominicana es una de las economías más dinámicas de la región durante la última década debido a su sólida estabilidad macroeconómica, su posición externa firme y mejoras notables en los aspectos sociales, impulsado a través de un clima favorable de inversión, estabilidad financiera”, y yo añado, marcos regulatorios de seguridad jurídica.
La economía del país manifiesta un trayecto sin grandes amenazas, a no ser las propias que devienen del comportamiento de los mercados internacionales, sobre los cuales descansa la mayor parte del movimiento financiero y monetario.
Pero esta es y ha sido siempre la pregunta: ¿Se expresa ese bienestar en una mejoría colectiva?… ¡No!
Con vergüenza y mayor tristeza, hay que admitir que el país se ha convertido en una “selva de cemento”, en la que muchas personas actúan sin alma, ni amor, ni solidaridad, ni apego.
La reciente muerte de cinco personas en un centro de diversión, identificado como “El Bajo Mundo”, en Sabana Perdida, municipio Santo Domingo Norte, sin que parezca inmutar a muchos, es un motivo más que suficiente para que tengamos que temer y, además, poner el grito al cielo.
Los actos de violencia que ocurren en el país envían la señal de que hay que hacer algo urgente para detenerlos, antes de que terminen arropándonos a todos por igual.
La tasa de homicidio en América Latina se ha incrementado con la incidencia del Covid-19. República Dominicana no es la excepción, y ronda el 10.3 por cada 100,000 habitantes.
El turismo, la estabilidad económica, la paz, el sosiego y la esperanza corren el peligro de perderse en medio de la sangre, el dolor y el luto de las familias por violencia o delincuencia, o en su defecto, por falta de atención adecuada a la salud mental de la gente. ¡Eso, hay que impedirlo!